martes, 31 de mayo de 2011

Cuevas de Ayasta
Grupo n° 2
 



Arrulladas por el eterno viento, cientos de figuras atrapadas en pequeñas cuevas cuestionan y asombran al viajero ocasional que las encuentra.
Miles de preguntas y pocas respuestas crean una poderosa atmósfera mágica de paz y tranquilidad espiritual. Tal vez, ése era el propósito de El Cañón de Ayasta.

Ubicadas en el municipio de Ojojona, a pocos kilómetros de Tegucigalpa, las cuevas son en realidad una serie de galerías o espacios abiertos en la roca caliza de dos cerros y que se denominan “abrigos” por su poca profundidad. A ambos lados del angosto cañón que separa las elevaciones, estas galerías exhiben extraordinarios petroglifos; dibujos tallados en piedra que nos revelan una visión particular de los hondureños de la prehistoria.








 El Cañón de Ayasta, como se le conoce generalmente al sitio, se encuentra en la zona arqueológica de los antiguos lencas. Un territorio habitado por las primeras comunidades del grupo indígena más numeroso de Honduras a la llegada de los españoles.
Por la cantidad y tipos de grabados, se considera que las cuevas del cañón tenían una función o significado espiritual Aquí se practicaban rituales, posiblemente religiosos, en donde se cocinaba y comía, a juzgar por las piezas de cerámica utilitaria y conchas de jute (un molusco de río), encontradas en el suelo.

 



Varios centenares de grabados diferentes en diversas técnicas, nos hablan de la posibilidad de varios autores en diferentes épocas. Es importante recordar que la creación del arte rupestre se le reservaba al Chamán, líder espiritual del grupo.
Sólo él tenía el conocimiento y la autoridad para entrar en contacto con el poderoso mundo espiritual, a través de los sueños o mediante el consumo de plantas o compuestos alucinógenos. En ese mundo, seres fantásticos mitad hombres, mitad animales, vivían y acudían al llamado del chamán para darle las respuestas que necesitaba.

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